Juan Ramón Jiménez (1881-1958)
Juan Ramón Jiménez pintado por Joaquín Sorolla
Otoño
Quememos las hojas secas
y solamente dejemos
el diamante puro, para
incorporarlo al recuerdo,
al sol de hoy, al tesoro
de los mirtos venideros...
¡Sólo a la guirnalda sola
de nuestro infinito ensueño,
lo ardiente, lo claro, lo áureo,
lo definido, lo neto!
Jardín de Octubre
Por el jardín anda el otoño. Hay
un crujir de hojas secas y de rasos;
los recuerdos dolientes han venido
a sentarse en la piedra de los bancos...
Hojas secas...jugando con las hojas.
¿Viudez? ¿O tal vez romanticismo?
¿Neurastenia? ¿Agonía? ¿Desengaño?
Entre las ramas negras, sueña una
lividez amarilla en el ocaso;
la opacidad crepuscular lo borra
todo: sol, ilusiones, rosas, ángelus...
La vida -el árbol, el jardín...,¡la muerte!-
está de luto el cielo blanco.
Otoño
Esparce octubre, al blando movimiento
del sur, las hojas áureas y las rojas,
y en la caída clara de sus hojas
se lleva al infinito el pensamiento.
¡Qué amenaza paz en este establecimiento
de todo, oh prado bello, que deshojas
tus flores, oh agua, fría ya, que mojas
con tu cristal estremecido el viento!
¡Encantamiento de oro! ¡Cárcel pura,
en que el cuerpo, hecho alma, se enternece,
echado en el verdor de una colina!
En una decadencia de hermosura,
la vida se desnuda, y resplandece
la excelsitud de su verdad divina.
Octubre
Estaba echado yo en la tierra, enfrente
del infinito campo de Castilla,
que el otoño envolvía en la amarilla
dulzura de su claro sol poniente.
Lento, el arado, paralalelamente
abría el haza oscura, y la sencilla
mano abierta dejaba la semilla
en su entraña partida honradamente.
Pensé arrancarme el corazón, y echarlo,
pleno de su sentir alto y profundo,
al ancho surco del terruño tierno,
a ver si con partirlo y con sembrarlo,
la primavera le mostraba al mundo
el árbol puro del amor eterno.
Juan Ramón Jiménez
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