Juan Gil-Albert (1904 - 1994)
Juan Gil-Albert, poeta y ensayista, nació en Alcoy (Alicante) un 1 de abril de 1904 y murió un 4 de julio de 1994 en Valencia.
Juan era de apariencia frágil y pequeño, pero en su mirada estaba todo lo que su fragilidad aparente había soportado: exilio, campos de concentración y un posterior exilio interior en su regreso.
Tiempo de Memoria de Tusquets Editores publicó: Memorabilia. Drama patrio. Los días están contados donde Juan Gil-Albert nos cuenta la historia desde su sabio corazón.
…. Lo que vi, sentí, soporté y se me alambicó, en el tiempo, no por alejado menos real y sufrido, de mi reincorporación a España.
Así explica Gil-Albert en la obra, principalmente en prosa, este tríptico poético del que extraigo solo dos de los tres poemas que lo conforman:
Bíblica
El asco de la gente que me rodea
pervierte mi virtud.
¿Dónde aquella dulzura se ha quedado
del alma deseosa?
¿Dónde el valle feliz?
Más que fantasma todo
lo fueron devorando como buitres
que nada sacia.
Y las mismas mujeres que aparecen
como una hermosa imagen
apenas hacen nada que no sea
manchar lo original.
Es un mundo perdido.
Perdido para mí.
Es un mundo que acaso se cumpliera
si el hombre no se hubiera convertido
en un ser ponzoñoso
en un ser mentiroso
en algo más ruin que el leve perro
tendido ante mi puerta: un mundo sucio.
Es inútil que apele a los jazmines
que robando un clavel ponga en un vaso
su intensidad, lo invade todo el fruto
de sus hedores. Hablan y consuman
lo más hediondo.
No es posible ya aislar lo que queda
de aquel jirón azul.
Rescatar este último refugio
de mi tiniebla: todo es invadido
por la procacidad con que defienden
lo falso y vil.
Cada amigo que llega
la puerta que se abre
el asunto pendiente de los labios
lo que pretenden todos:
asfixiar la esperanza
matar la realidad
animar a un muñeco repugnante
al que llaman la suerte
o contar sus dineros a la vista
del más menesteroso repitiendo:
caballerosidad, ése es mi nombre.
Cuánta bajeza
y cuan escarnecido queda todo
cuando unas manos tejen en el aire
la cruz fatal.
Ah, pureza del alma.
Tú fuiste allí en remotas latitudes
un posible temblor.
Como un balido.
Fuiste, yo lo recuerdo, un agua fresca
un venero de luz, algo pequeño
que se expandía.
Fuiste concupiscencia luminosa:
fuiste la realidad.
Y ahora que envuelta sola en estos vahos
de la humana progenie
lloras -¿o acaso lloras?, repatriada
lejos de tu ideal que han degollado
cual mártir juvenil.
¿Te queda acaso un hondo precipicio
donde sentarte
donde esperar que ascienda por la roca
un halo justiciero?
………………..
Panorama
Si esta legalidad que ven mis ojos
si este pus que respira por el aire
si esta trampa continua y permanente
este necesitar de la mentira
este constante acecho del contrario
para hundirte un puñal que no se vea
y dentro de la llaga acomodarnos
con toda la Familia
como un grupo o retrato que proclama
felicidad, si es esto
lo que llaman patria
si ese postizo rostro de la vida
lleno de afeites pleno
de malas intenciones ese buitre
de purpurina es todo lo que llaman
nuestro orden sagrado
y eso es lo que en un día nos apremian
a defender con armas de colores
como si en su regazo nos mostraran
un arcano vital
¿cómo impedir que suba a nuestra cara
cual bofetón de fuego la tormenta
que dentro se fraguó?
La gran ciudad es selva y sólo selva.
Tanto bullir de gentes que se ignoran
tanto instintivo gesto acobardado
tanto rugido y crimen por los aires
cuando pasan los unos y los otros
sin conocerse férvidos fraternos
de religión y raza pero en firme
materia donde hincar con nuestro diente
la baba venenosa. Todo inspira
ese terror costumbre o convivencia
de ponernos a andar como los otros
y de sumirnos torvos en manadas
de fieras que sucumben o devoran.
Todo por el dinero soberano
que nutre hasta los tuétanos del alma
esta vida civil. Se han convertido
en ídolos de piedra. Esa fragancia
que exhalan las ciudades monstruosas
no es otra cosa ardiente que el dinero
un rodar silencioso entre papeles
del oro primitivo en los andrajos
de su fase final. Todos lo adoran
lo buscan lo apasionan lo enternecen.
El doctor, el bandido, el negociante,
todos negocian sucios la caricia
del mago irresistible. Es cosa hecha.
Sólo por el dinero rinde el hombre
su fiel sonido. El pobre el poderoso
la dama y el truhán cuatro lebreles
husmean de la noche a la mañana
por el mismo bocado evanescente,
un hueso miserable: la riqueza.
Y cuando al fin se juntan enyesados
por el mismo esplendor se inician otros
que llegan a roer con nuevo ahínco
las migajas del queso amarillento
que trasciende la muerte. Muerte, muerte
es todo cuanto vemos en las manos
de la avidez. La muerte es la señora
de este enjambre de moscas enlutadas
que todo lo consumen como un soplo
que a nadie redimió.
Por eso digo
¿Esto será lo mío necesario?
¿No se podrá intentar otra grandeza?
¿Ser hombre habrá de ser tan solo eso
alguien que va dejándose en su baño
su piel antigua?
¿Qué ha dejado de oler a su persona
de oler a humanidad?
¿Por qué se ha confundido con la higiene
tal desamor? No quiero confundirme.
No quiero nada, nada, de esas gentes
que me rodean. Quiero un fuego santo.
Quiero creer, creer, en lo que quiero
creer, en la amistad, el privilegio
de esta ambición humana de ser hombre.
Creer en esta luz de mi conciencia
que nunca deja nunca de alumbrarme
como una yesca viva como un dardo
que acaban de arrojar cada mañana
desde alguna azotea silenciosa.
Quiero creer que el hombre está repleto
de un proyecto divino y misterioso
de un proyecto que nunca estará escrito
en ninguna pared, creer que existe
la razón de vivir humanamente
sin que nadie nos mande, sin que nadie
levante más la voz, creer que es cierto
que cada cual es dueño de sí mismo
como unidad umbrosa y pensativa.
Creer en mí.
(1961)
0 comentarios