Madre
Madre
A JAM
Ya sólo lo que irrita, ya sólo el temor,
ya solo y temiendo el decir “ya solo”.
Ya enloqueciendo, los que me rodean
cerrándose un círculo día a día.
Ya solo, ya perdiendo la memoria,
el sentido de las distancias.
Ya solo perdiéndolo todo
ya solo, ya inútil decir palabra alguna
sabiendo que sólo existen oídos de cera
derretidos casi por completo,
ensordecidos por completo. Ya sólo herido
ya solo hiriendo en contrapartida
para ahuyentar aquello que más necesito.
Ya sólo te hiero con un arma inútil;
amada de besos siempre nuevos
en la noche pasen años o días,
ya solo amada rompo a hablarte
tiernamente enamorado.
Y te vas fundiendo en tu memoria
en el tiempo, en el espacio
te pierdes, lo leo en tus ojos, te vas,
desapareces por instantes con la rapidez del infinito.
Amada tus ojos están tristes de silencios profundos,
amada tus ojos ya no hieren ni provocan emoción,
amada tus ojos están.... muertos.
Deambulo por las noches perdido en dolores
que nunca conseguí esquivar,
en dolores repentinos que me asaltan
que me hunden en un ser diminuto
que ni tan siquiera encuentra sus pies.
Ya solo amada, anulado, enmudecido por el frío y el silencio,
apabullado de mis propias palabras que quiero reflejar
cargadas de entusiasmo y mueren en los labios.
Aspavientos de brazos interrumpidos por tu mirada
que tristemente me corrobora “no es esa la mejor forma de herirme”.
Búscame en cada barra de bar terriblemente embriagado,
búscame en las calles oscuras
con aullidos lastimosos escapándoseme,
búscame en las playas nocturnas heridas por la luna,
búscame allí donde sólo permanezca fiel el silencio,
como una penitencia esperando no ser percibido,
silencio ensordecedor que tropieza con el silencio
que hay en mi pecho y acorrala a mi, en medio, indefenso.
Ya sólo amada te pido que me dejes llorar sobre tu hombro
como un rito que nunca hemos cumplido.
Ya sólo te pido que me dejes acariciar tus pechos,
estrujarlos, morderlos con desesperación de destetado temprano.
¡Madre!, vuelve a crecer en mi recuerdo como un Dios de granito,
como una Juana de Arco triunfante,
desaparece de mi recuerdo encorvada, indefensa,
llorando con enorme desesperación y tristeza.
¡Madre!, aleja de mi aquellos recuerdos
que me plantaron de golpe en la realidad que estábamos viviendo.
¡Madre!, mátame, termina conmigo,
deja que te acompañe hasta la puerta
donde suspiraste y yo te miraba, vacío.
Durante años te he sido fiel
he seguido tus ritos
implacables de dureza cristalina
motivados por el dolor,
pero ahora he llegado a un punto
en que debo morir o comenzar a vivir mi vida,
tan distinta, de la que siguió el rastro
de la cera que postcedió a tu entierro,
infinitamente fugada hacia el horizonte, ¡madre!.
Y me he encontrado tras seguir ese rastro resbaladizo,
de repente, con tu tumba, aquella tumba en la que yo
te abrazaba sin querer que te llevaran a lo hondo,
aquella tumba donde clavé mis uñas
pero, ¡madre!, ahora he llegado a ella y siento lo inútil
de mi esfuerzo, me enfrento ahora realmente con tu muerte.
Quizá si hubiera sido yo quien te quitara la vida aquel día,
que lo pedías a gritos, aquel día que me quede solo
y salí corriendo, sin entender si aquella situación podía
tener continuación posible para alguno,
aquel día que creí que ya no volvería a verte,
aquel día que me sentí tan culpable de tu llanto,
¡Madre!, explícame dónde estuviste
antes y después de irte abandonándonos
explícame qué pasó y si mi presencia lo habría evitado.
¡Madre!, explícame cómo puedo yo creer en nadie
después de la “humillación”· que sufriste.
¡Madre!, ven a llevarme contigo
hacerme tu compañero
en esa agonía dulce
que salió de tus labios.
Sare Höltrah (1985)
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