Charles Robert Darwin (1809-1882)
Charles Robert Darwin, nació un 12 de febrero de 1809, hace ahora 200 años. Darwin era hijo de un médico y hombre de negocios. Comenzó en el campo de la medicina ayudando a su padre y, luego, comenzó sus estudiós de Medicina, pero las clases le aburrían. Se dedicó a la taxidermia con John Edmonstone, un esclavo negro liberto que había acompañado a Charles Waterton, naturalista y explorador, por las selvas de Sudamérica; pasó horas y horas sentado a su lado conversando; un hombre “agradable y muy inteligente”, decían. Ahí comenzó el gusanillo darwiniano a desperezarse en su curiosidad y su viaje.
En nuestra memoria queda como aquel que dijo, para que otros se tiraran de los pelos, que el hombre descendía del mono. Pero Darwin era un naturalista y sobre todo un curioso observador, no imparcial, pero curioso y observador y su campo de observación era muy amplio. Dentro del campo científico es conocido por su teoría sobre la evolución.
Darwin se fijaba en cosas tan variopinta y detenidas como la variación del color del mar y hallaba su causa:
Aprovecho estas observaciones para agregar algunas otras acerca del color de los mares, producido por causas orgánicas. En la costa de Chile, a pocas leguas al norte de la Concepción, el Beagle atravesó un día grandes zonas de agua fangosa muy parecida a la de un río aumentado de caudal por las lluvias; otra vez, a 50 millas de tierra y a un grado al sur de Valparaíso, tuvimos ocasión de ver el mismo colorido en un espacio aún más extenso. Este agua, puesta en un vaso, presentaba un matiz rojizo pálido; examinándola con el microscopio, veíase llena de animalillos, que iban en todas direcciones y a menudo hacían explosión. Presentan una forma oval; están estrangulados en su parte media por un anillo de pestañas vibrátiles curvas. Sin embargo, es muy difícil examinarlos bien, pues en cuanto cesan de moverse,hasta en el momento de cruzar por el campo visual del microscopio, hacen explosión. Algunas veces estallan al mismo tiempo ambas extremidades y otras una sola de ellas; de su cuerpo sale cierta cantidad de materia granulosa grosera y pardusca. Un momento antes de estallar el animal se hincha hasta hacerse doble de grueso que en el estado normal, y la explosión ocurre unos quince segundos después de haber cesado el movimiento rápido de propulsión hacia adelante; en algunos casos, un movimiento rotatorio alrededor del eje rotatorio precede algunos instantes a la explosión. Unos dos minutos después de haber sido aislados, por grande que sea su número, en una gota de agua, perecen todos de la manera que acabo de indicar. Estos animales se mueven con el extremo más estrecho hacia adelante; sus pestañas vibrátiles les comunican el movimiento, y suelen caminar con saltos rápidos. Son en extremo pequeños, y absolutamente invisibles a simple vista; en efecto, sólo ocupan una milésima de pulgada cuadrada. Existen en infinito número, pues la más pequeña gota de agua contiene una cantidad grandísima. En un solo día atravesamos dos puntos donde el agua tenía ese color, y uno de ellos ocupaba una superficie de varias millas cuadradas. ¡Cuál será, pues, el número de esos animales microscópicos! Vista el agua a alguna distancia, tiene un color rojo análogo al de la de un río que cruza por una comarca donde hay cretas rojizas; en el espacio donde se proyectaba la sombra del buque, el agua adquiría un matiz tan intenso como el chocolate; por último, podía distinguirse con claridad la línea donde se juntaban el agua roja y el agua azul. Desde algunos días antes eltiempo estaba muy tranquilo y el océano rebosaba, digámoslo así, de criaturas vivientes.
Extracto de su primera obra: “Viaje de un naturalista alrededor del mundo”.
Luego, publicó “El origen de las especies”, donde desarrolla una teoría sobre la evolución del hombre y en torno a la selección natural. Su siguiente obra fue El origen del hombre y de la selección en relación al sexo y luego La expresión de las emociones en los animales y en el hombre.
Pero primero, también, se adentró en el campo de la botánica, se interesó por la anatomía y por la biología. Ante tanta dispersión su padre tomó riendas en el asunto y lo envió al Christ’s College de Cambridge para que obtuviera el grado de letras y se ordenara como pastor anglicano. Pero Charles prefería la equitación y el tiro. Su primo le vició en el coleccionismo de insectos y, entonces también, se volcó en la entomología. De la teología le atrajo la obra de Paley Teología natural que fue como el pivote que aunaba toda su dispersión. Si en Darwin había una constante era su inquietud, su dispersión y sus obsesiones pasajeras.
Por eso en el viaje en el Beagle donde se dedicó a la investigación geológica, fue con su diario donde pudo dar rienda suelta a su carácter curioso e inquieto, a la par que científico; pues, a pesar de su dispersión, poseía conocimientos muy amplios, de biología, botánica, medicina, entomología, geología… que le permitieron sacar un gran partido de su viaje con su “observación múltiple”. Pero algo nuevo entró, también, en su vida, la sociología, su horror ante la esclavitud o sobre el trato a las mujeres en algunos ámbitos sociales. Por eso leer sus obras resulta enriquecedor, como una ventana abierta por la que observar desde distintos prismas.
Cuando volvió de su viaje ya era una eminencia en los círculos científicos debido a las cartas que había ido enviando con sus anotaciones sobre los variados campos. A partir de entonces, el trabajo le salió de debajo de las piedras, era respetado, aclamado y solicitado en diversos ámbitos. Darwin había encontrado el hilo a seguir. Los científicos estaban eufóricos por la cantidad de conocimientos que había aportado con las observaciones extraídas de sus viajes y sólo querían que trabajar con él.
El mundo científico vivíó una revolución: nuevas especies, teorías de evolución, disecciones, estudios detallados; una ebullición científica se despertó en todos. Pero Darwin se iba obsesionando con la teoría de la transmutación de las especies y, un día, en el zoológico, un 28 de marzo de 1838, observando a un orangután alargó su especulación de transmutación hasta el ser humano; pues el orangután tenía conductas muy similares las de un niño humano. Tanta excitación le llevó al stress, y tanto stress a la enfermedad; problemas digestivos, con vómitos, dolores de cabeza, palpitaciones… nadie supo determinar cuál era su enfermedad. Decidió irse a Escocia a descansar, pero aún así no dejó sus obsesivas observaciones, en este caso, en el campo de la geología. Entró en crisis, se planteó casarse. Fue en busca de su prima Emma con ese propósito pero acabó hablándole de sus teorías de transmutación y no llegó a declararse.
Influenciado por la obra Ensayo sobre el principio de la población de Thomas Malthus, empezó a vislumbrar que sus revolucionarios pensamientos, considerados un delirio o locura, podían tener una base científica y social y comenzó a trabajar sobre las especies y su evolución. Malthus afirmaba que si la población humana seguía creciendo excedería a los alimentos y eso sería una catástrofe, la catástrofe malthusiana. Darwin buscó el paralelismo con sus estudios sobre la naturaleza y la guerra de las especies.
Años más tarde. volvió a visitar a su prima Emma y, esta vez, a parte de contarle sus teorías también se declaró. Darwin recayó en su enfermedad y ella le escribió "No sigas poniéndote malo, mi querido Charley hasta que pueda estar contigo para cuidarte." Así que poco después se casaron.
Darwin siguió trabajando en la evolución de las especies pero evitando tocar el tema del origen del hombre que creaba tanto malestar.
“Hay grandeza en esta concepción según la cual la vida, con sus diferentes fuerzas, ha sido alentada por el Creador en un reducido número de formas o en una sola, y que, mientras este planeta ha ido girando según la constante ley de la gravitación, se han desarrollado y se están desarrollando, a partir de un principio tan sencillo, una infinidad de las formas más bellas y portentosas.”
La fecundación de las orquídeas fue uno de sus últimos trabajos pero otros ya empezaban a comparar cráneos humanos y de simios, como Tomas Henry Huxley. Y, entonces, en El origen del hombre, y la selección en relación al sexo, publicado en 1871, Darwin colocó al ser humano como una especie más del reino animal, mostrando sus similitudes físicas y mentales. También, expuso su teoría de la selección sexual y declaró que todos los seres humanos pertenecían a una misma especie. Amplió sus teorías en La expresión de las emociones en el hombre y los animales, publicada en 1872 y que fue una de las primeras publicaciones que contenía fotografías; en ella, comparaba la psicología del hombre con la conducta animal. Estos dos libros fueron muy leídos lo que sorprendió mucho a Darwin.
Su conclusión fue que el hombre, con todas sus nobles cualidades, con su compasión hacia los que siente desarraigados, con su benevolencia no sólo hacia los otros hombres sino hacia la más humilde criatura; con su intelecto, que parece divino y ha penetrado en los movimientos y la formación del sistema solar –con todos estos elevados poderes– todo hombre sigue cargando en su condición corporal el sello indeleble de su modesto origen. En su último libro, Darwin investigó el efecto de las lombrices en la formación del suelo terrestre.
Darwin murió el 19 de abril de 1882, tuvo 10 hijos. Su obra El Origen de las especies fue de interés mundial y provocó muchas reacciones diversas, tanto en el ámbito científico como religioso lo que la hizo muy popular. Fue traducida a varios idiomas.
Huxley organizó el primer del Club X, un club dedicado a "la ciencia, pura y libre, liberada de dogmas religiosos" un club de corta vida pero que logró marcar la separación entre Ciencia y creencias religiosas dispuestas a la censura.
Diario de un naturalista alrededor del mundo:
http://www.e-libro.net/E-libro-viejo/gratis/naturalista.pdf
Unos retazos:
Aunque existan salvajes tan bárbaros que no piensen nunca en el carácter hereditario de la descendencia de sus animales domésticos, no obstante, cualquier animal particularmente útil a ellos para un objeto especial tiene que ser cuidadosamente conservado en tiempo de hambre u otros accidentes a los que tan expuestos se hallan los salvajes, y estos animales escogidos dejarían de este modo más descendencia que los de clase inferior, de modo que en este caso se iría produciendo una especie de selección inconsciente. Vemos el valor atribuido a los animales aun por los salvajes de la Tierra del Fuego, cuando matan y devoran sus mujeres viejas en tiempos de escasez, como de menos valor que sus perros.
…
En cuanto a la opinión de que los seres orgánicos han sido creados hermosos para deleite del hombre -opinión que, como se ha dicho, es ruinosa para toda mi teoría-, puedo hacer observar, en primer lugar, que el sentido de belleza es evidente que depende de la naturaleza de la mente, con independencia de toda cualidad real en el objeto admirado, y que la idea de qué es hermoso no es innata o invariable. Vemos esto, por ejemplo, en que los hombres de las diversas razas admiran un tipo de belleza por completo diferente en sus mujeres.
El origen de las especies:
http://es.wikisource.org/wiki/El_Origen_de_las_Especies
Un paseo a través de la ventana de los ojos de Darwin:
“Puede realmente decirse que algunas mujeres jóvenes, o chinas, son bellas. Tienen los cabellos ásperos, aunque negros y brillantes, llevándolos en dos trenzas que les cuelgan hasta la cintura. Su tez es cargada de color y tienen muy vivos los ojos; las piernas, los pies y los brazos son pequeños y de forma elegante; engalanándose los tobillos y a veces la cintura con anchos brazaletes de baratijas de vidrio azul. Nada hay más interesante que algunos de esos grupos de familia. A menudo venían a nuestro rancho una madre y dos hijas montadas en el mismo caballo. Cabalgan como los hombres, pero con las rodillas mucho más altas. Esta costumbre quizá proceda de que al viajar suelen ir montadas en los caballos que llevan los bagajes. Las mujeres deben cargar y descargar los caballos, armar las tiendas para la noche: en una palabra, verdaderas esclavas, como las mujeres de todos los salvajes, han de hacerse en todo lo más útiles posible. Los hombres se baten, cazan, cuidan de los caballos y fabrican artículos de sillería. Una de sus principales oraciones consiste en golpear dos piedras una contra otra, hasta redondearlas para hacer bolas con ellas. Con auxilio de esta arma importante, el indio se apodera de la caza y hasta de su caballo que va en libertad por la llanura. Cuando se bate trata en primer término de derribar el caballo de su adversario con las bolas, y de matar a éste con el chuzo mientras está cogido por la montura. Si las bolas no alcanzan sino al cuello o al cuerpo de un animal, se pierden a menudo; pues bien, como se necesitan dos días para redondear esas piedras, su fabricación es una fuente de trabajo continuo. Muchos de ellos, hombres y mujeres, se pintan de rojo la cara; pero nunca he visto aquí las bandas horizontales tan comunes entre los fueguinos. Su principal orgullo consiste en que todos los arneses de sus monturas sean de plata. En tratándose de un cacique, las espuelas, los estribos, las bridas del caballo, así como el mango del cuchillo, todo es de plata. Un día ví a un cacique a caballo; las riendas eran de hilo de plata y no más gruesas que una cuerda de látigo; no dejaba de presentar algún interés el ver a un caballo fogoso obedecer a una cadena tan ligera. Sin disputa, esas escenas son horribles. Pero, ¡cuánto más horrible es aún el hecho cierto de que se asesina a sangre fría a todas las mujeres indias que parecen tener más de veinte años de edad! Cuando protesté en nombre de la humanidad, me respondieron: «Sin embargo, ¿qué hemos de hacer? ¡Tienen tantos hijos esas salvajes!». Las mujeres lograron llegar a la cima del monte y allí se defendieron con bravura, haciendo caer grandes piedras sobre los soldados. Muchas de ellas acabaron por ponerse a salvo.”
“He visto en los comercios muchos artículos, como mantas de caballo, cinturones y ligas, tejidos por las mujeres indias. Los dibujos son muy bonitos, y brillantes los colores. El trabajo de las ligas es tan perfecto, que un negociante inglés de Buenos Aires me sostenía que habrían sido fabricadas en Inglaterra; para convencerle fue preciso enseñarle que las bellotas estaban adheridas con trozos de nervios hendidos.”
“«Las mujeres de Buenos Aires ¿no son las más hermosas del mundo?» Le contesté como un verdadero renegado: - «Ciertamente que sí». Añadió él: -«Otra pregunta tengo que hacerle a usted: ¿hay en alguna otra parte del mundo mujeres que gasten unas peinetas como las que éstas llevan?» Le afirmé solemnemente que nuncahabía encontrado otras mayores. Estaban encantados. El capitán exclamó: «Un hombre que ha visto medio mundo nos afirma que es así; nosotros lo habíamos creído siempre, pero ahora estamos seguros de ello». Mi excelente gusto en materia de peinetas y de hermosuras me valió un recibimiento entusiasta; el capitán me obligó a aceptar su lecho, y él se fue a dormir a su recado.”
“Dos o tres rasgos característicos chocan ante todo cuando se penetra por vez primera en la sociedad de estos países: los modales dignos y corteses que se notan en todas las clases, el exquisito gusto de las mujeres en vestir, y la perfecta igualdad que reina en todas partes. Hasta donde hemos podido saberlo, estos salvajes tomaron por mujeres nuestras a dos o tres de los oficiales más pequeños y rubios que los otros, aunque llevaban magníficas barbas. Pero los que venían en la canoa de que acabo de hablar, estaban completamente desnudos, incluso una mujer en plena edad que con ellos iba Caía la lluvia a torrentes, y mezclándose el agua dulce con la espuma del mar, resbalaba por el cuerpo de aquella mujer. En otra bahía, a corta distancia, vino un día cerca del barco una mujer que amamantaba a un recién nacido; y sólo por curiosidad permaneció muchísimo tiempo mirando, por más que la nieve caía en abundancia sobre su pecho desnudo y sobre la criatura. Estos desgraciados salvajes tienen el cuerpo achaparrado, el rostro deforme, cubierto de pintura blanca, la piel sucia y grasienta, los cabellos apelmazados, la voz discordante y los gestos violentos. Cuando se los ve cuesta trabajo. creer que son seres humanos, habitantes del mismo mundo que nosotros. Nos preguntamos muchas veces qué goces puede proporcionar la vida a ciertos animales inferiores; ¡con cuánta mayor razón no podríamos preguntárnoslo respecto de estos salvajes! Por la noche, cinco o seis de estos seres humanos, desnudos y apenas protegidos contra el viento y la lluvia de este país terrible, se acuestan en el suelo húmedo apretados los unos contra los otros y encogidos como animales. Al bajar la marea, en invierno y en verano, de día y de noche, tienen que levantarse para ir a buscar conchas entre las rocas; las mujeres se sumergen para proporcionarse huevos de mar o permanecer horas enteras sentadas en las canoas hasta que logran pescar algunos pececillos con telas sin anzuelo. Si consiguen matar una foca o descubren el esqueleto medio podrido de una ballena, tienéndolo por inmenso festín; se atracan de este innoble alimento, y para completar la fiesta comen algunas bayas o algunas setas que no saben a nada.
No pueden conocer las dulzuras del hogar doméstico, y menos aún las del afecto conyugal, porque el hombre no es más que el dueño brutal de su mujer o más bien de su esclava. ¡Qué acto se habrá cometido jamás tan horrible como aquel de que Byron fue testigo en la costa occidental! Vio a una desgraciada mujer recogiendo el cadáver sangriento de su hijo, a quien su marido había estrellado contra las rocas porque el niño había derramado un cesto de huevos de mar. ¿Hay, por lo demás, en su existencia nada que pueda desarrollar facultades intelectuales elevadas? ¿Necesitan imaginación, razón, ni juicio? Nada tienen que imaginar, nada que comparar, nada que decidir. Para despegar una lapa de las piedras, ni aun necesita emplear la astucia, esa ínfima facultad del espíritu. En cierto modo pueden compararse sus escasas facultades al instinto de los animales, puesto que no se aprovechan de la experiencia. Su producción más ingeniosa, la canoa, tan primitiva como es, no ha hecho ningún progreso durante los doscientos cincuenta años últimos; para convencernos de ello no tenemos más que abrir los relatos del viaje de Drake.”
“Su marido, que gozaba del privilegio universal en este país de tener dos mujeres, llegó a estar celoso de las atenciones que teníamos con la más joven, por lo cual, después de una breve consulta con sus desnudas beldades les ordenó forzar los remos para alejarse.”
“Hace un tiempo hermoso; muchos árboles cargados de flor perfuman el aire; casi no basta esto para disipar el triste efecto que causa la humedad de estos montes. Los numerosos troncos de árboles muertos, derechos como otros tantos esqueletos, da siempre a estos bosques vírgenes un carácter de solemnidad que no se encuentra nunca en los países civilizados desde antiguas épocas. Poco después de la puesta del sol vivaqueamos para pasar la noche. La mujer que nos acompaña es en realidad bastante guapa; pertenece a una de las más respetables familias de Castro, lo que no la impide montar a caballo como un hombre; no usa medias ni zapatos. Me admira sobremanera su falta de dignidad. La acompaña su padre y llevan provisiones, a pesar de lo cual nos miran comer con tal aire de envidia, que acabamos por alimentar a todos nuestros acompañantes. No hay una sola nube en el cielo durante la noche, y podemos gozar del admirable espectáculo que producen las innumerables estrellas que iluminan las profundidades del bosque.”
“Los indios salvajes toman tantas mujeres como pueden alimentar, y un cacique tiene por lo común unas de diez; al entrar en su casa se conoce con facilidad el número de sus mujeres por el de chozas separadas. Cada mujer vive por turno una semana con el cacique, pero todas trabajan para él, le hacen ponchos, etc. Ser esposa de un cacique es honor muy solicitado por las mujeres indias.”
“Las mujeres se pintan lo mismo que los hombres, y muchas veces llevan tatuajes en los dedos. Ahora (1835) se ha hecho casi universal la moda de afeitarse la parte superior de la cabeza no dejando más que una corona de cabellos. Los misioneros han intentado reducir a los taitianos a que abandonen tal costumbre, pero es moda, y esta razón es tan suficiente en Taití como en París. Declaro que las mujeres me han desencantado; están muy lejos de ser tan hermosas como los hombres. Tienen, sin embargo, costumbres muy bonitas; por ejemplo: la de llevar una flor blanca o roja en la parte posterior de la cabeza, o en agujerito hecho en cada oreja. También suelen llevar una corona de hojas de cocotero, pero esto no es ya un adorno sino protección para los ojos. En resumen, paréceme que las mujeres ganarían mucho, más que los hombres, llevando un traje cualquiera.”
“Dícese, es cierto, que no son ahora las mujeres mucho más virtuosas que lo eran antes; pero antes de maldecir de los misioneros conviene recordar las escenas descritas por el capitán Cook y Mister Banks, en que tienen puesto como actrices las abuelas y las madres de las mujeres de hoy. Los más severos deberían acordarse de que la buena conducta de las mujeres en Europa, proviene, en parte, de las lecciones y de los ejemplos que las madres dan a sus hijos, tanto como de los preceptos religiosos. Pero inútil es razonar con esas gentes; pues estoy convencido de que encolerizados por no haber encontrado tantas facilidades para el vicio como en otro tiempo no quieren conceder el honor de este progreso a una moral que no desean en modo alguno practicar, o a una religión que rebajan si no desprecian.”
25 de noviembre.- “Envíanse, por la tarde, cuatro canoas para transportar a S.M., el barco está empavesado y coloca dos los marineros en los obenques, cuando llega la Corte a bordo; acompañan a la reina casi todos los jefes, que se conducen con toda corrección; no pidieron nada y parecían muy satisfechos de los obsequios que el capitán les hizo. La reina es una mujer gorda que no tiene gracia, ni belleza, ni dignidad; sólo posee una cualidad real: una perfecta indiferencia para todo cuanto la rodea. Los cohetes causaron universal entusiasmo, después de cada explosión se levantaba un formidable grito en toda la bahía; admiraron mucho los cantos de los marineros, y dijo la reina que uno de los más alegres era en realidad un himno. Hasta después de media noche no regresó a tierra el cortejo real.
Nos acercamos a una de las chozas y veo un espectáculo que me divierte mucho: la ceremonia del froté de las narices. En cuanto nos ven acercarnos empiezan las mujeres a salmodiar en el tono más melancólico y luego se sientan sobre los talones, con la cara vuelta hacia afuera. Aproxímase mi compañero sucesivamente a cada una de ellas, y coloca la nariz en ángulo recto con la de ella; apretándola con bastante fuerza. Esta operación dura un poco más que nuestro ordinario apretón de manos; y también como nosotros apretamos más o menos fuerte, según el afecto, así hacen ellos; añadiendo durante la ceremonia pequeños gruñidos de satisfacción, muy parecidos a los que producen los cerdos que se rascan uno con otro. Observo que el esclavo se frota la nariz con todo el que encuentra en el camino, sin cuidarse de dar la primacía a su amo. Aunque entre estos salvajes tienen los jefes derecho absoluto de vida y muerte sobre sus esclavos, hay falta absoluta de etiqueta entre unos y otros. Mister Burchell ha visto lo mismo entre los groseros bachapines que habitan el África meridional. Donde quiera que la civilización alcanza cierto grado, se producen en el acto gran número de formalidades entre los individuos que pertenecen a clases diferentes: en Taití está todo el mundo obligado a descubrirse hasta la cintura en presencia del rey.”
“Varios jóvenes rescatados por los misioneros están empleados en la granja; llevan camisa, pantalón y chaqueta y tienen aire muy respetable. Si puede juzgarse por un detalle insignificante, creo que han de ser honrados. Uno de estos labradores se acercó a Mister Davies, cuando estábamos paseando por la granja, para entregarle un cuchillo, y una barrena que había encontrado en el camino, y que no sabía, dijo, de quién serían. Parecen estar muy satisfechos. Por las tardes juegan a los caballitos con los hijos de los misioneros, lo que no deja de hacerme reír pensando en lo que se moteja a los misioneros de llevar su austeridad hasta el absurdo. El aspecto de las muchachas que sirven de criadas en el interior de las casas me choca todavía más. Están tan limpias, tan bien vestidas y parecen disfrutar de tan buena salud como las domésticas de las haciendas de Inglaterra, lo que contrasta de un modo sorprendente con las mujeres que habitan las innobles chozas de Kororadika.”
“Quisieron las esposas de los misioneros convencerlas para que renunciaran al tatuaje; pero un día apareció un famoso operador del sur de la isla y no pudieron resistir la tentación. «Es preciso, dijeron, que nos hagamos pintar algunas líneas en los labios, porque si no cuando seamos viejas y se nos arrugue la boca vamos a estar demasiado feas». La moda del tatuaje tiende a desaparecer, y tal vez dure más por un signo distintivo entre el amo y el esclavo. Es raro lo pronto que nos acostumbramos a lo que nos pareció más extraordinario; así sucede que los misioneros mismos encuentran falta de algo importante a una cara cuando no está tatuada y no les parece entonces el rostro de un caballero de Nueva-Zelanda.”
“Un jefe de esta aldea y algunos hombres salen para acompañarnos hasta Waiomio, que está a unas cuatro millas de aquí. Este jefe era al presente un poco célebre, porque acababa de ahorcar a una de sus mujeres y a un esclavo, culpables de adulterio. Habiéndole dirigido un misionero algunas amonestaciones con ese motivo, le respondió muy sorprendido que creía haber seguido en absoluto el método inglés. El viejo Shongi, que se hallaba en Inglaterra durante el proceso de la reina, no dejaba nunca de decir, cuando se le hablaba de ello, lo muy mal que le parecía aquel proceder. «Cinco mujeres tengo, decía, y preferiría más cortarles la cabeza a todas que someterme a tales molestias por causa de una sola».”
“Después del Ejercicio Divino acompaño al capitán Fitz-Roy hasta la colonia situada a unas cuantas millas más arriba de la punta de un islote cubierto de inmensos cocoteros. El capitán Ross y Mister Liesk habitan una especie de hórreo, abierto por sus dos extremos y tapizado por dentro con esteras de cortezas. Las casas de los malayos están enfiladas a lo largo de la costa. Toda la aldea presenta el aspecto de la desolación, puesto que no hay jardines, ni vestigios de cultivo. Los habitantes pertenecen a diferentes islas del archipiélago índico, pero todos hablan la misma lengua. Encontramos allí indígenas de Borneo, de las Célebes, de Java y de Sumatra. Tienen la piel del mismo color que la de los taitianos y las facciones casi idénticas a las de éstos. Algunas mujeres presentan, sin embargo, rasgos de tipo chino. En general puedo asegurar que sus fisonomías y el timbre de su voz me han agradado. Parecen ser muy pobres; en sus casas no hay ningún mueble; pero los hermosos niños que he visto demuestran bien que las nueces de coco y las tortugas forman todo un magnífico alimento.”
“Después de comer nos quedamos para ver una escena medio supersticiosa que representan las mujeres indígenas. Una gran cuchara de madera, vestida y transportada sobre la tumba de uno de los suyos, recibe, dicen ellas, inspiraciones a la luz de la luna y baila. Después de algunos preparativos, sostenida la cuchara por dos mujeres, se agitó con movimientos convulsivos y empezó a bailar siguiendo el compás del canto de las mujeres y de los niños. Era aquello un espectáculo absurdo; pero sostiene, sin embargo, Mister Liesk que la mayor parte de los malayos creen el movimiento espontáneo de la cuchara. El baile no empieza hasta que sale la luna; pero yo no sentí haberme quedado, porque me resultó magnífico el espectáculo de la luna brillando por entre las largas ramas de los cocoteros, débilmente agitados por la brisa de la noche. Estas escenas de los trópicos son tan deliciosas, que casi igualan a las de la patria que por tantos conceptos nos son tan queridas.”
“Se asegura, es verdad, que basta el interés para impedir las crueldades excesivas; pero, pregunto yo, ¿ha protegido alguna vez el interés a nuestros animales domésticos, que mucho menos degradados que los esclavos, tienen ocasión, sin embargo, de provocar el furor de sus amos? Contra ese argumento ha protestado con gran energía el ilustre Humboldt. También se ha tratado de excusar muchas veces la esclavitud, comparando la condición de los esclavos con la de nuestros campesinos pobres. Grande es, en verdad, nuestra falta si resulta la miseria de nuestros pobres, no de las leyes naturales, sino de nuestras instituciones; pero casi no puedo comprender qué relación tiene esto con la esclavitud; ¿se podrá perdonar que en un país se empleen, por ejemplo, instrumentos a propósito para triturar los dedos de los esclavos, fundándose en que en otros países están sujetos los hombres a enfermedades tanto ó más dolorosas? Los que excusan a los dueños de esclavos y permanecen indiferentes ante la posición de sus víctimas no se han puesto jamás en el lugar de estos infelices, ¡qué porvenir tan terrible, sin esperanza del cambió más ligero! ¡Figuraos cuál sería vuestra vida si tuvieseis constantemente presente la idea de que vuestra mujer y vuestros hijos -esos seres que las leyes naturales hacen tan queridos hasta a los esclavos han de ser arrancados del hogar para ser vendidos, como bestias de carga, al mejor postor! Pues bien; hombres que profesan grande amor al prójimo, que creen en Dios, que piden todos los días que se haga su voluntad sobre la tierra, son los que toleran, ¿qué digo?, ¡realizan esos actos! ¡Se me enciende la sangre cuando pienso que nosotros, ingleses, que nuestros descendientes, americanos, que todos cuantos, en una palabra, proclamamos tan alto nuestras libertades, nos hemos hecho culpables de actos de este género! Al menos me queda el consuelo de pensar que, para expiar nuestros crímenes, hemos hecho un sacrificio mucho más grande que ninguna otra nación del mundo.”
0 comentarios