La Tragedia (Picasso)
XVI LA TIERRA Y LA PINTURA I LLEGADA A PUERTO PICASSO DESEMBARQUÉ en Picasso a las seis de los días de otoño, recién el cielo anunciaba su desarrollo rosa, miré alrededor, Picasso se extendía y encendía como el fuego del amanecer. Lejos atrás quedaban las cordilleras azules y entre ellas levantándose en el valle el Arlequín de ceniza.
He aquí: yo venía de Antofagasta y de Maracaibo, yo venía de Tucumán y de la tercera Patagonia, aquella de dientes helados roídos por el trueno, aquella de bandera sumergida en la nieve perpetua. Y yo entonces desembarqué, y vi grandes mujeres de color de manzana en las orillas de Picasso, ojos desmedidos, brazos que reconocí: tal vez la Amazonia, tal vez era la Forma. Y al oeste eran titiriteros desvalidos rodando hacia el amarillo, y músicos con todos los cuadros de la música, y aún más, allá la geografía se pobló de una desgarradora emigración de mujeres, de aristas, de pétalos y llamas, y en medio de Picasso entre las dos llanuras y el árbol de vidrio, vi una Guernica en que permaneció la sangre como un gran río, cuya corriente se convirtió en la copa del caballo y la lámpara:ardiente sangre sube a los hocicos, húmeda luz que acusa para siempre. Así, pues, en las tierras de Picasso de Sur a Oeste, toda la vida y las vidas hacían de morada y el mar y el mundo allí fueron acumulando su cereal y su salpicadura. Encontré allí el arañado fragmento de la tiza, la cáscara del cobre, y la herradura muerta que desde sus heridas hacia la eternidad de los metales crece, y vi la tierra entrar como el pan en los hornos y la vi aparecer con un hijo sagrado. También el gallo negro de encefálica espuma encontré, con un ramo de alambre y arrabales, el gato azul con su abanico de uñas, el tigre adelantado sobre los esqueletos. Yo fui reconociendo las marcas que temblaron en la desembocadura del agua en que nací. Primero fue esta piedra con espinas, en donde sobresalió, ilusoria, la rama desgarrada, y la madera en cuya rota genealogía nacen las bruscas aves de mi fuego natal. Pero el toro asomó desde los corredores en el centro terrestre, yo vi su voz, llegaba escarbando las tierras de Picasso, se cubría la efigie con los mantos de la tinta violeta, y vi venir el cuello de su oscura catástrofe y todos los bordados de su baba invencible. Picasso de Altamira, Toro del Orinoco, torre de aguas por el amor endurecidas, tierra de minerales manos que convirtieron como el arado, en parto la inocencia del musgo. Aquí está el toro de cuya cola arrastra la sal y la aspereza, y en su ruedo tiembla el collar de España con un sonido seco, como un saco de huesos que la luna derrama. Oh circo en que la seda sigue ardiendo como un olvido de amapolas en la arena y ya no hay sino día, tiempo, tierra, destino para enfrentarse, toro del aire desbocado. Esta corrida tiene todo el morado luto, la bandera del vino que rompió las vasijas: y aún más: es la planta de polvo del arriero y las acumuladas vestiduras que guardan el distante silencio de la carnicería.
Sube España por estas escaleras, arrugas de oro y de hambre, y el rostro cerrado de la cólera y aún más, examinad su abanico: no hay párpados.
Hay una negra luz que nos mira sin ojos. Padre de la Paloma, que con ella desplegada en la luz llegaste al día, recién fundada en su papel de rosa, recién limpia de sangre y de rocío, a la clara reunión de las banderas. Paz o paloma, apostura radiante! Círculo, reunión de lo terrestre! Espiga pura entre las flechas rojas! Súbita dirección de la esperanza! Contigo estamos en el fondo revuelto de la arcilla, y hoy en el duradero metal de la esperanza.
"Es Picasso", dice la pescadora, atando plata, y el nuevo otoño araña el estandarte del pastor: el cordero que recibe una hoja del cielo en Vallauris, y oye pasar los gremios a su colmena, cerca del mar y su corona de cedro simultáneo. Fuerte es nuestra medida cuando arrojamos -amando al simple hombre- tu brasa en la balanza, en la bandera. No estaba en los designios del escorpión tu rostro.
Quiso morder a veces y encontró tu cristal desmedido, tu lámpara bajo la tierra y entonces?
Entonces por la orilla de la tierra crecemos, hacia la otra orilla de la tierra crecernos. Quien no escuche estos pasos oye tus pasos. Oye desde la infinidad del tiempo este camino. Ancha es la tierra. No está tu mano sola. Ancha es la luz. Enciéndela sobre nosotros.
Pablo Neruda
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